El curso de barrancos de este año se desarrolló el primer fin de semana de Junio. Comenzamos de hecho como es habitual, con la charla teórica en el club, el viernes 31. Caras nuevas y otras ya no tanto, nos juntamos viejos conocidos de cursos anteriores, rutas y cuevas.

La teoría la imparten, Toño y Edu Magaldi, los ya experimentados barranquistas, que refrescan conocimientos a antiguos barranquistas del club que buscan perfeccionar su técnica, e instruyen desde cero a los nuevos integrantes en esta aventura del barranquismo.

El día se clausura con una cena de irreductibles cursillistas, debatiendo lo aprendido y hablando sobre las expectativas acerca del fin de semana que nos esperaba.

El sábado amanece como si lo hubiéramos contratado con un sol espectacular… quizá demasiado. Quedada en el polideportivo de Ramales y reparto de destinos: los primerizos alumnos de iniciación van a la zona de escalada de Ramales, y los barranquistas de perfeccionamiento a Pozo Negro o Chorretones.

El grupo de iniciación comienza a practicar con Edu y Toño el montaje de rápeles con ocho empotrado desembragable, maniobras de bloqueo del descensor, bajar al compañero, recuperaciones de cuerda, sistema de ensacado y repaso de los principales nudos.

Tras sudar la gota gorda buscamos algo de sombra para comer antes de entrar a la garganta del Calera. (El grupo avanzado se perdió las tortillas de Charo). En el barranco del Calera, sin una gótica de agua, pudimos practicar primero en seco, sin resbalones ni agobios de agua en la cara. El equipo azul (las chicas) fuimos con Toño y el equipo rojo, con Edu. Fuimos prácticamente seguidos, y nos fuimos turnando para instalar y para practicar todo lo aprendido anteriormente en la pared.

Por su parte, al grupo de perfeccionamiento nos sorprende primero la ausencia por completo de barro en la aproximación a Chorretones, lo que agiliza el recorrido y el desprendimiento de una parte del acceso, que aunque no supone mucho tramo, alcanza entre 3 y 4 metros, con lo que deja la zona muy expuesta (aviso a navegantes).

La práctica comienza bajo la tutela de otro peso pesado del club: Carlos Zorrilla, que nos instruye cómo realizar un paso de nudo utilizando otro nudo auxiliar, el valdostano, instalamos todo el circuito, y terminamos colocando un rápel guiado. Recuperamos fuerzas comiendo y refrescándonos por dentro, y vuelta a la carga aprendiendo esta vez como recuperar a un compañero con la técnica de corte de cuerda. Tras desinstalación del recorrido, recogemos campamento y tertulia a la sombra de las furgonetas.

Al acabar ambos grupos, llegó el turno de las oportunas y merecidas cervezas en familia. Montamos una cena muy guay (desde aquí gracias a las mamás de algunos por sus aportaciones con los tuppers... Jajaja). Compartimos experiencias y opiniones sobre los temas más variopintos y nos pudimos conocer más entre todos. La gran mayoría decidimos hacer noche al pie del siguiente barranco: El Ajan, en la Vega de Pas.

Al día siguiente y tras una aproximación muy cómoda y pelearnos contra nuestros neoprenos, con mayor o menor habilidad, conseguimos encerrar nuestros cuerpos serranos dentro y colocarnos los diferentes aparatajes (arneses, cascos, sacas…). Se decidió hacer dos grupos aunque íbamos bastante seguidos: novatos delante y avanzados detrás.

Por un lado, en el grupo de perfeccionamiento aprendimos la técnica del pasamanos auto-asegurado, a regular la longitud de la cuerda con un compañero en descenso por la misma, para una mejor entrada en agua, seguimos el curso el río con algún tobogán, salto y rápeles, que aunque no muy grandes, si en un entorno espectacular. Al equipo novato se unieron Cris y Ander para echar una mano, o las dos. Fuimos eligiendo entre montar rápeles o saltar con la información que nos iban dando los profes y en función del valor que tuviera cada uno. Nos turnamos para los montajes y para ir en cabeza, ir visualizando el camino (visión perimetral, como dice Toño).

Aprendimos las señas con el silbato para indicar al compañero que debe recoger cuerda, ya que su longitud debe estar al ras del agua. También aprendimos la postura correcta para tirarse por toboganes y para saltar, y por supuesto a extremar las precauciones. Tras varias horas de diversión y adrenalina y tras resbalones y tropezones varios, llegamos al salto final: el Salto del Oso, poniendo la guinda al pastel. Lo que a algunos nos parecían 25 metros resultaron ser unos 10... Será que saltar entre paredes por un hueco estrecho y con ramas obstaculizantes agrava la impresión. Algunos saltamos, otros rapelaron y varios repitieron salto para obtener mejor puntuación. Un cierre de diez para una experiencia diez, aunque a algunos aún nos pica alguna caída torcida...

Al terminar volvimos al campamento, nos cambiamos de ropa y nos encaminamos hacia el restaurante Casa Frutos, donde teníamos reserva para comer. Nos pusimos hasta arriba entre entrantes, cocido montañés (que nos hizo subir la temperatura corporal unos cuantos grados) y lechazo… todo buenísimo. Casi podíamos haber rellenado los tuppers que vaciamos el día anterior con lo que sobró!! Cerramos la tarde con los famosos helados Hernández-López de Ontaneda, y ya cada uno se dirigió a su casa a descansar y a secar el material. La pena es que solo haya durado un fin de semana. ¡Nos supo a todos a poco!

FOTOS DE LA ACTIVIDAD